Ande yo caliente, ríase la gente.
Esta frase, extraída del refranero español, explica a la perfección el derecho de
cada persona a hacer y disponer de su vida como le plazca, siempre y cuando no vulnere
derechos ajenos a los suyos propios.
También se podría aplicar, y así
lo venimos haciendo, a la forma que cada una o uno tiene de vestir, peinar y,
en definitiva, de mostrarse al mundo. Y aquí precisamente es donde surge la
polémica.
En estas fechas pasadas de
fiestas y espectáculos televisivos navideños, se han reproducido algunas
situaciones que, a pesar del paso de los años y los avances que, por suerte, se
han producido en el ámbito de la igualdad en términos generales, se repiten una
y otra vez y evento tras evento. Me refiero a la “manía” (por no llamarlo de
otra forma mucho más ofensiva, pero tal vez más real) de mostrar la imagen de
chicos tapados hasta las orejas, con chaqué, frac, esmoquin o traje de fiesta
(más o menos hortera y con más o menos acierto) y de chicas rozando la total desnudez
y generalmente luciendo ropa –por llamar a ese trozo de tela ínfimo de alguna
forma- de escaso o pésimo gusto.
Y habrá quien diga, con cierta
razón, que las mujeres somos libres de llevar lo que nos plazca y que
precisamente estas críticas acerca del atuendo de las presentadoras, cantantes,
bailarinas y demás protagonistas de estos espectáculos –no todas, eso también
es cierto-, son más propias de las “cavernas” y que destilan un tufillo machista.
Pero, claro, mis dudas acerca de estas afirmaciones que en ciertos casos puedo
llegar incluso a entender, van más allá de lo considerado razonable cuando, en
primer lugar, me extraña -y mucho- que la mayoría de estas mujeres hayan
elegido ese atuendo, nada cómodo además y, por cierto, excesivamente fresco para
lucirlo en pleno invierno. Por no hablar de la cosificación que se hace de la
mujer, alentando –cuando no obligando “por contrato”- este tipo de “moda” que
únicamente fomenta la imagen de objeto sexual
frente a la de profesionalidad y seriedad del hombre.
¿Qué pasaría si las mujeres
pedimos que a partir de ahora la gala de Fin de Año la presente un apuesto
caballero en pantaloncito corto y camiseta de tirantes? ¿O qué diríamos de
forma mayoritaria si la totalidad de los cantantes se decantasen por realizar
sus actuaciones públicas y televisivas luciendo únicamente un minúsculo tanga?
¿Qué pasaría si esto ocurriese? Supongo que cualquiera de estas opciones es
inviable, entre otras razones –sin contar la obvia falta de buen gusto e
idoneidad- porque la mayor parte de estos programas están dirigidos por hombres
y buscan fundamentalmente el beneplácito masculino. Y, por desgracia, muchos
hombres –y, lo que es peor, también algunas mujeres- todavía siguen aplaudiendo
lo que sin duda es un tipo de discriminación machista.
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